Nos transportamos en el tiempo al año 2009, donde las angostas calles de Boconó se llenaban con el bullicio característico de las pequeñas busetas de las líneas urbanas. En mi rutina diaria, confiaba en estos diminutos vehículos para moverme por el pintoresco pueblo de los Andes venezolanos. Entre los diversos conductores que dirigían estas camioneticas, destaca en mi memoria un caballero cuya amabilidad se destacaba por encima de todo.
Su rostro irradiaba calidez, y su sonrisa siempre estaba dispuesta a recibir a los pasajeros con hospitalidad. Era como si su buen humor se fundiera con el paisaje montañoso que rodeaba a Boconó, creando una atmósfera acogedora en medio del trajín diario. Sus gestos gentiles y su disposición para ayudar a los viajeros se convertían en un bálsamo para las largas jornadas.
Gracias a personajes como él, la vida en este rincón de los Andes se teñía de un encanto único, donde la bondad y la generosidad brillaban en cada esquina.
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